Fermentos Mesófilos
Los fermentos o cultivos lácticos son microorganismos (bacterias) que tienen la capacidad de consumir la lactosa presente en la leche para convertirla en ácido láctico. Este proceso se suele llamar fermentado o acidificado de la leche o la nata y tiene como primer resultado evidente el cambio de sabor, bastante ácido y los cambios de textura, normalmente más espesa. Esta transformación es evidente en el caso de los yogures pero es también parte del proceso de elaboración de muchos quesos o de natas agrias. Esta subida del nivel de acidez de la mezcla juega además un importantísimo papel protector, evitando que proliferen otras bacterias no deseables. Y para acabar, los cultivos lácticos generan además diversos subproductos como parte de la fermentación que aportan sabores especiales al yogur o al queso. Esto hace que algunos quesos muy específicos sólo puedan prepararse con cepas muy concretas. Existen multitud de cepas o variedades de cultivos lácticos, cada una con características ligeramente distintas en la intensidad de la acidez, la textura y los sabores generados. Estas cepas se han ido encontrado de forma natural y en vista de su utilidad a la hora de elaborar distintos lácteos, se han aislado en laboratorio para permitir que se reporoduzcan sin contaminaciones.
Con intención de clasificar y organizar este ejército potencial de bacterias “buenas”, se parte de una característica muy importante que las diferencia: la temperatura a la que operan y trabajan una vez se han mezclado con la leche. En este sentido, hablaremos de cultivos o fermentos mesófilos cuando estos trabajen a temperaturas inferiores a 32ºC. Se trata de una clasificación arbitraria definida por el hombre pero que claramente influye en la técnica usada para elaborar el queso o el yogur. Un cultivo termófilo no debe exponerse a temperaturas superiores a 32ºC si o queremos exponernos a que mueran y dejen de actuar. Esto no quiere decir que estos cultivos sean eficaces a temperaturas muy bajas, todo lo contrario. En general, las bacterias se “duermen” con el frío y es necesario alcanzar cierta temperatura para que despierten y se pongan a trabajar. Los cultivos mesófilos suelen trabajar bien a temperatura ambiente, entre 20 y 24 grados, lo que los hace muy adecuados para preparar quesos en entornos “caseros”.